Por Sergio Lozano Torres

 

Dentro de la agencia funeraria, comenté al esposo que me gustaría decir unas palabras, si él me lo permitía.

-Por supuesto, muchas gracias.-me respondió-. Enseguida juntó a las personas reunidas, a quienes dijo que alguien quería hacer una oración y dar unas palabras por Itzel.

Comencé diciendo que la había conocido en un parque hacía muy poco tiempo. Y, sumido en mis recuerdos continué narrándoles:

-En aquél día, temprano, había mucha gente, hombres y mujeres corriendo, caminando o ejercitándose, mientras yo estaba sentado. En eso, vi a una mujer con paso no veloz pero firme y muy decidida. Entonces noté que se acercaba a mi banca.

-¿Me acompañas?- dijo.

Yo, como habiendo recibido una orden, me puse en pie y caminé a su paso. Durante las tres vueltas que dimos, ella me hizo conversación. Supe que era abogada; y yo torpemente le expresé que ojalá nunca necesitara de sus servicios. -Algunas personas en la funeraria sonrieron-. Aún así, ella me dio su tarjeta y dijo: -uno nunca sabe; de todos modos, si llega a conocer de alguien quien los llegara a necesitar, le agradecería que me promoviese.

A lamañana siguiente, ella no fue al parque. Yo estuve esperando un buen rato mientras hacía algo de estiramientos junto a mi banca; y luego caminé algo desilusionado.

Al tercer día allí estuvo ella. Nos saludamos y troté a su paso. En aquella ocasión ella me pidió:

-Cuéntame de tu vida.

Yo me sentí en confianza y por ello le narré varios episodios de mi existencia; algunos exitosos, otros decepcionantes, pero ninguno de los vergonzosos.

Cierta tarde fui a su despacho. Pregunté por ella y luego la vi trabajando. Nos saludamos y me preguntó si la acompañaba a comer. Ella tomó una bolsa con sus alimentos; y entonces supe que iríamos cerca a una zona con bancas donde había una tienda en la que yo compré un emparedado grande.

-La cuestión más importante –comenzó diciéndome- es “para qué”. Es lo que debemos averiguar en medio de toda situación en la que nos encontremos. A ver, ¿conoces a Jesús, a Dios? Y cualquiera que sea tu respuesta, también coméntame para qué.

Yo titubeé y no recuerdo con certeza qué dije.

Al poco tiempo también fui a buscarla, pues yo quería conversar nuevamente. Un hombre me dijo que no había asistido. Ya me iba, cuando otra de las abogadas, quien tenía su escritorio junto al de mi amiga (en ese momento se me quebró la voz frente a las personas de la funeraria) me dijo que ella había ido al hospital Lumiere; y que si me era posible, sería muy bueno que lo hiciera al salir de mi trabajo.

En efecto, fui para ofrecerle mi apoyo y para conocer por qué la habían internado.

Compartí a la doliente audiencia en la funeraria que me sentía como le ha de haber ocurrido a aquél apóstol Pedro, quien al perder a su amigo y maestro Jesús, quizás creyó que todo había acabado; que no habrían más días sorprendentes de sermones, enseñanzas, sanaciones. Sí, él siempre contaría sobre lo que había aprendido y vivido en tres años. Y quizás durante esos momentos de soledad y tristeza, Pedro ha de haber pensado en retomar su oficio de pescador. Aquel sabbath, distinto a los tradicionales, seguramente fue de recuerdos para Pedro y los suyos: sobre el largo y doloroso viernes tan reciente en cuya madrugada atraparon a su maestro, en el que luego la multitud prefirió negar a éste el perdón para otorgárselo a Barrabás, y en que tuvo lugar el desenlace: el cuerpo bajado de la cruz y puesto en un sepulcro que una gran piedra selló.

-Sus compañeros apóstoles discípulos, según me imagino –continué narrando-, reunidos han de haber recordado momentos tristes y alegres. Así como aquí ustedes recuerdan hoy tiempos vividos y anécdotas sobre Itzel.

-Pues bien, aquella noche en el hospital, cuando visité a Itzel, y supe de su diagnóstico, ella mencionó que había una misión particular y especial para cada ser humano, hombre y mujer.

-Y también se requiere de una formación –recuerdo que ella enfatizó y luego continuó diciendo:

-Por ejemplo, en tiempos de Jesús hubo un hombre quien, agradecido por haber sido sanado de los demonios, quiso seguir al maestro; pero éste no se lo permitió, sino le instruyó a que fuera a los suyos y les contara cuán grandes cosas había hecho Dios con él y cómo le había tenido misericordia. También sabemos de otra persona, un etíope, el que luego de ocupar las explicaciones de un enviado acerca de la obra y resurrección de Jesús, prosiguió su camino satisfecho.

Ella me instó a leer y aprender. -Por ejemplo –me dijo- el libro de Los Hechos en la Biblia narra cómo el Espíritu Santo movió a diversas personas. Seguramente –continuó diciéndome- sabremos aplicar para nuestras vidas diversas enseñanzas que allí leamos.

Yo suspiré, y para finalizar mi relato y no tomar más tiempo de la gente en la agencia funeraria, dije:

-Sin embargo, el domingo temprano y los siguientes días y hasta nuestros días corrió la noticia de que el Maestro había resucitado. Pedro, las y los demás se dieron cuenta que ciertamente prepararía una morada arriba. Así que Itzel se fue con su maestro y a mí, y a ti, y también a ti, nos dice personalmente: ¿me acompañas?

-Sí, querida Iztel.