Por Sergio Lozano Torres

 

Esa noche Olivia trabajaba arduamente; lo hacía siempre.“

¿Te quedas un rato más Livy? Ya es bastante tarde” le preguntaron sus colegas como a las 11:00 de la noche al verla muy concentrada.­

“Gracias. Quiero dejar ordenados mis expedientes, pues el fin de semana ayudaré a mi hija todo el tiempo.”

“No salgas muy tarde, y descansa más. Adiós.”

Transcurrido un muy largo rato, un hombre apareció en la puerta de su oficina.

“Ya es hora”. Él le dijo muy seriamente.

No era uno de los vigilantes del edificio. Ella alzó la vista hacia la voz sólo para decirle “ya voy; precisamente estoy por acabar.” Estaba por retomar su trabajo cuando extrañada volteó de nuevo hacia el sujeto mientras pensaba ¿quién podrá ser?

“El tiempo ha concluido.” Él dijo.

Ella era inteligente y breves instantes le bastaron para comprender de qué se trataba. Llevó su mano al cuello y notó que aún tenía pulso.

Entonces ella dijo, “supongo que no puedo hacer una última diligencia, como ir a casa a despedirme; porque, tengo varios pendientes; querría un tiempo adicional; yo, …  ¿Me dolerá?”

Él entendía ese pesar. Lo había visto cientos, miles, millones de veces.

“A mí únicamente me toca recoger. No tengo potestad sobre el momento de cada quien, por lo que no podría extender tu plazo de vida. Me atrevo a pensar que en tu caso, no has de tener muchos pendientes. Olivia dime, ¿sientes miedo?”

Un rápido autoanálisis le permitió reconocer, y así lo dijo, que no, en realidad no tenía miedo.

“¿Por qué me pregunta?”

“Quizás tú misma quieres conocer también la razón de tu tranquilidad. Tú la sabes, dímela.”

De nuevo ella con su cualidad de introspección, propia de su carácter y de su profesión, pudo razonar que entre los diversos posibles destinos que se le habían presentado, ella había elegido sabiamente desde tiempo atrás. Todas las veces que su madre dedicó tiempo en enseñarla, en conducirla, habían germinado en una fe un tanto débil, pero indudable sobre su futuro.

“Ya lo sabes, ¿verdad? Exprésamelo. Siempre he tenido satisfacción ante personas en tu condición.”

Ella dijo: “pues cierto, yo he sabido en quién confía mi alma.”

“¡Bravo! Entonces, todo está bien. Podemos partir.”

Un cierto pesar nacido en su corazón se expresó en el rostro de Olivia, porque en realidad le habría gustado cerrar algunos asuntos finales. Así que sin dudarlo y con energía expresó: “Espere; al menos, ¿me haría favor de entregar tres notas?” Su rápida mente ya había decidido que entre muchas cosas deseables, sólo tres quería prioritariamente atender como su última voluntad.

“Me apena decirte Olivia”, –dijo el sujeto– “que me es imposible interferir con las personas en sus vidas.” Pero para corresponder a la carita triste de Olivia le ofreció que cuando las tres personas partieran, él se encargaría de entregarles las notas respectivas.

Olivia se dispuso con prontitud a escribir uno a uno sus póstumos mensajes, cuando… le pareció recordar algo de suma importancia. Sin soltar la pluma volteó a ver el reloj de la pared, su vista se ensanchó; de pronto su ánimo pareció iluminarse, y en actitud firme y segura dijo al sujeto:

“Usted tenía que venir por mí a las 02:00 horas; pero oficialmente hoy con el cambio de horario en ese momento el reloj volvió a marcar 01:00 de la madrugada. Por tanto, yo dispongo aún de vida hasta que nuevamente sean las 02:00 horas; por ello es que aún tengo pulso en mi ser. ¿Verdad?” El hombre no respondió palabra; pero su cara reflejó atónita su error, a la vez que reconocía la entereza de Olivia,

“El silencio me confirma que tengo razón. Así que voy yo misma a entregar mis mensajes.” Esto decía a la vez que doblaba los papeles, para luego ponerse en pie, tomar las llaves de su auto que estaban en el interior de su bolso, y decir: “¿viene conmigo?”

“Adelántate” –dijo el sujeto. “Deseo realmente que tengas éxito.”

Olivia sólo deseaba alcanzar a llegar. –¡Que sí llegue, por favor; que sí pueda hacer mis entregas! Ella habitaba el hogar con su hija; su padre y su madre vivían cada uno en pequeñas casas separadas; todos en el mismo terreno. Al fin pudo llegar. Se dirigió primero a casa de su madre. Por debajo de la puerta deslizó la hoja doblada, iba firmada como Oli; la O era un corazón. Apenas pudo contener un sollozo, pues tenía que ir prontamente al otro lado del patio-jardín, hacia la puerta de su padre. Allí sacó la hoja correspondiente. Hacía tanto tiempo que ella no había sido cariñosa con él, quizás la última vez fue de niña, cuando notó el distanciamiento entre él y su madre. Al hacerse independiente, ella regañaba continuamente a su padre, porque no era suficientemente disciplinado en la forma como llevaba su negocio. “Te quiero papito” –le dijo al papel que ella estrujó en sus manos, para luego meterlo también bajo la puerta; entonces caminó con prontitud hacia su propia casa.

Cuando llegó, colgó su bolsa en el perchero, se descalzó, y subió sin ruido hacia la habitación de Sofy, su hija. No deseaba despertarla; se contuvo las ganas de acariciar el cabello de ésta. Sólo por las noches, cuando su hija dormía, podía verla y suspirar calmadamente; porque de día le costaba mucho no discutir, no hacerle señalamientos sobre su comportamiento, sus decisiones, sus maneras de hablar o de ignorarla. Dejó el papel sobre la mesita, justo debajo del teléfono de su hija. Misión cumplida.

Se sentía muy cansada; pero pasó al baño para asear su boca según su costumbre; pasó a su habitación. Se recostó sobre la cama, y se cubrió con la cobija para descansar.

Con el tiempo, el sujeto enigmático fue enterándose del contenido de los tres mensajes. Primero el de la madre: “Siempre tuviste razón, mamá: el que siembra, recogerá. Te quiere, Olivia”; luego el dirigido al padre: “Papá: ¿qué te dice el pasaje del buen libro sobre el valle de los huesos secos que cobran vida? Te querré siempre papito”; y finalmente, el que recibió la hija: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te he prolongado mi misericordia. Te quiero mucho preciosa Sofy”.

Cuando llegó el tiempo en que este personaje recogió a los miembros de la familia, en el momento indicado para cada uno de ellos, la madre dijo: “volveré a ver a mi Oly”. El padre, cuando llegó su momento, refirió que el mensaje de su hija le hizo ver al cielo, inspirar confiado y recobrar vida en sus secos huesos. En efecto, se hizo responsable de sí mismo, se hizo presente para prestar ayuda cada vez que su antigua esposa la requirió, y participó en muchos de los proyectos de su nieta ya adulta. Sofy tuvo una larga y útil vida; y cuando ésta llegó a su fin dijo con toda certeza: “si Dios me prolongó su misericordia, entonces fue para darme oportunidad de tener una vida de servicio; y ¡eureka! pude hallar mi propósito: si mi abue fue sembradora, yo descubrí que llegaría a ser pescadora de almas, para hacer de las que quisieran, personas de propósitos y logros, de sueños y conquistas. Tendré mucho que platicar con mamá, y que agradecer a mi abuela y abuelo. Vamos, no tardemos”.