La siguiente es una reflexión escrita por el pastor Oscar Jaime Domínguez Martínez

 

Cuando vuelvan los abrazos

Los presentes acontecimientos rebasan la imaginación y pronósticos de muchos. El escenario que se está viviendo a nivel mundial era inimaginable hace unas semanas, el confinamiento por causa de un virus vino a poner en jaque muchas de nuestras costumbres y a quitarnos cosas que dábamos por sentadas incluyendo el trabajo, la seguridad, nuestras ideas preconcebidas sobre diversos temas y hasta la cercanía con los demás, incluidos los abrazos; los temores aumentan a medida que lo incierto progresa y en algunos la fe crece, y en otros decae.

Las noticias del mundo no son alentadoras: miles enferman y mueren, millones de personas están confinadas donde pueden y como pueden. En los países donde cuentan con mayores recursos, este aislamiento es más “sencillo”, pero, aun así, el caos y la incertidumbre imperan. Las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud sobre los cuidados que debemos tener son: lavarse las manos constantemente, adoptar medidas de higiene respiratorias, mantener el distanciamiento social y evitar tocarse los ojos, la nariz y la boca.

En México las cosas tampoco son alentadoras: hasta el día de hoy, ya con algunas semanas de confinamiento social y las medidas que se han tomado, los casos registrados van en aumento, así como las muertes. En México es más que evidente que no estamos preparados para situaciones así, los hospitales no cuentan con la capacidad ni con el equipo necesario para enfrentar una emergencia de esta magnitud. Por otro lado, la sociedad mexicana sigue dividida entre los que creen y los que no creen en el COVID-19, entre los que están tomando medidas preventivas y los que no están haciendo nada al respecto.

Tenemos que pensar también que hay una realidad que rebasa a todos y que complica más las cosas, y es el hecho de que existen personas que no pueden dejar de salir a trabajar para llevar el pan a sus casas, es una realidad que se pone frente a nosotros y nos reta como sociedad. Es aquí donde la solidaridad tiene que aflorar, donde lo humano se tiene que manifestar, donde yo soy el otro.

Al interior de las familias se pueden experimentar situaciones nuevas por los factores externos que agobian y se reflejan en conductas también nuevas o agudizadas. Las familias están más tiempo en casa, conviven más y por ende más dificultades, la paciencia puede estar siempre al límite y estamos puestos a prueba todo el tiempo. Dentro de las casas puede haber más tensiones, desacuerdos, luchas por los espacios y la comida, así como una creciente violencia en sus distintas formas.

A nivel individual, pueden existir temores y angustias que en ocasiones se convierten en ataques de pánico. Las situaciones cotidianas mal manejadas pueden transformarse en estrés que deriva en trastornos diversos: dormir y comer de más, diarreas o estreñimiento, falta de energía o cansancio, así como irritabilidad. Estos son sólo algunos de los síntomas y situaciones con las que tenemos que aprender a vivir por el momento.

Con todo lo anterior y a medida que pasan los días y las semanas, se hace más evidente la ausencia de los demás, el distanciamiento social ha terminado por el momento con la interacción en trabajos, escuelas, centros comerciales, amigos y familiares. Las charlas de uno a uno y en grupo comienzan a extrañarse, el panorama inmediato dice que aun falta más tiempo para que las cosas comiencen a regresar a la normalidad, si es que alguna vez la hubo.

El ser humano es un ser social, no es natural la soledad y el aislamiento, las relaciones sociales son materia esencial para la búsqueda del crecimiento individual, los abrazos hoy ausentes, hacen falta, se extrañan. Las expresiones físicas de afecto son más que importantes para una buena salud emocional. Cuando nos abrazan o abrazamos, damos un beso o nos besan, producimos oxitocina, cuando al charlar con alguien y reímos, secretamos endorfina, sustancias esenciales requeridas para generar alegría y bienestar.

Me parece que de todo esto podemos obtener aprendizaje, sino lo hacemos habrá sido en vano la lección, si después que todo esto pase y la “normalidad” poco a poco regrese, y se sigue viviendo con egoísmos, no valorando la compañía de los demás, olvidando de nuevo a los necesitados y si se regresa a las mismas prácticas, no habremos aprendido nada y vana fue la experiencia. Hoy nos toca estar resguardados, observando, organizándonos de distintas formas, reinventándonos, sabiendo y confiando que esto pasará, que hay un tiempo para cada cosa como describe el libro de Eclesiastés capítulo 3:

1 Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: 2 un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar,  y un tiempo para cosechar; 4 un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto,  y un tiempo para saltar de gusto; 5 un tiempo para esparcir piedras, y un tiempo para recogerlas; un tiempo para abrazarse,  y un tiempo para despedirse; 6 un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir; un tiempo para guardar, y un tiempo para desechar; 7 un tiempo para callar, y un tiempo para hablar (NVI).

Cuando vuelvan los abrazos, ¿en qué persona me habré convertido, cómo veré mi realidad, cómo me comportaré? Cuando vuelvan los abrazos trataré de disfrutarlos, disfrutaré también el no sentirme prisionero estando en libertad, agradeceré lo bueno y lo no tan bueno, me reuniré con los anhelados hoy y compartiré mi mesa con el otro; procuraré decir: Lección aprendida.

¿Qué piensas hacer tú cuando todo esto pase y vuelvan los abrazos?

Oscar Jaime Domínguez Martínez.