Septiembre 4 de 1984

Querido Joaquín: ¡ya estaba esperando esta carta de ustedes! Qué bueno que fuiste tú quien se dolió de mi para darme este gusto. Siempre son buenas las noticias que vienen de México. Tu tío Salvador no puede olvidar ese lugar porque allí nació. Año tras año tiene que ir a ver la parte de familia que tiene allí. Ahora los tiene a ustedes y cuando viene o me escribe, me habla de que pudo verlos. ¿Me preguntas que si es muy bonito aquí? Creo que la opinión popular es que si. Hay por qué creer eso, Los Estados Unidos hoy han ganado fama sobre otras naciones, pero está en peligro de olvidarse del Dios bendito a quien debe su prestigio. Las cosas han cambiado mucho, yo lo noto a través de los años que he vivido aquí. Más o menos la edad de tu padre. A los cristianos no nos sorprenden estos cambios, lo dice La Biblia.

¿Te refieres a la carta que me escribiste? Todas me llegan bien, pero tal vez olvidé decírtelo. Es bueno que practiques conmigo, escribiendo mucho llegarás a dominar a perfección y tus maestros te alabarán. También puedes llegar a ser el secretario de tu Papá.

Me despido diciéndote: Que Dios te bendiga y te guarde para Su Gloria. Amén.

Tu abuela.

Los párrafos anteriores son un fragmento de una de las cartas que mi abuelita, Teresita O. Zazueta solía escribirme en mi niñez. Muchas personas tienen la fortuna de conocer a sus abuelos ya sea en la infancia o en su juventud, este no fue mi caso. Siempre hubo una distancia enorme que me separó de mi abuela, y nunca tuve la bendición de abrazarla o darle un beso.

Mi abuelita fue una mujer extraordinaria, de quien recibí enseñanza, consejos e instrucción mediante el intercambio epistolar. Maestra de escuela dominical, cristiana ejemplar, estudiosa de la Palabra y miembro activo de su iglesia, así es no solo asistía, sino que también predicaba. Teresita contribuyó junto con mis padres a inculcarme el amor por la lectura, la obediencia y la responsabilidad. Sus palabras plasmadas en tinta azul sobre delgadas hojas de papel con letras temblorosas a causa de su avanzada edad me transmitían su cálido amor, así como respeto y autoridad por su persona.

Llamar por teléfono a mi abuelita para saludarla regularmente no era una opción, ya que las llamadas de larga distancia eran muy costosas. Así que mis papás nos exhortaban a escribir una carta a mi abuelita de manera más o menos periódica, de modo que pudiésemos enviar la mayor cantidad de cartas posible en un solo sobre. Según lo que recuerdo, podía tomar tal vez unos diez o quince días en llegar una carta a mi abuelita. Ahora me puedo imaginar la alegría tan grande de mi abuelita al recibir las cartas, y a la vez su tristeza cuando por algún motivo no lo hacíamos. Hoy con cierto dolor pienso que pude haber escrito más seguido.

No conservo todas sus cartas, pero aquellas que tengo conmigo las guardo como un tesoro. Me gusta pensar que mi abuelita para mí fue como el Apóstol Pablo lo fue para muchos de sus amigos y hermanos, influyendo en sus corazones en ocasiones con palabras amorosas y en otras llamando a la disciplina y a la obediencia; pero de una u otra manera, siempre dando testimonio de su gran amor por el Señor.

El ejemplo de mi abuelita en mi vida me hace reflexionar el día de hoy en la influencia que muchos de nosotros podemos ser para otros aún cuando las circunstancias no nos permiten estar reunidos. Existen actualmente medios que nos permiten estar comunicados de manera prácticamente instantánea: llamadas telefónicas, video llamadas, mensajes de texto y correos electrónicos. Pienso que el uso de estos medios debería animarnos a utilizarlos de modo que podamos bendecir a otros: una llamada, una oración, un saludo, una palabra de aliento. Acciones muy sencillas que no toman diez días en llegar a su destinatario.

Aproximadamente dos años después de haber escrito las líneas que compartí al inicio, mi abuelita partió a reunirse con su Señor. Nunca la conocí en persona, pero estoy seguro de que sabe que su nieto finalmente se convirtió en el secretario de su Papá, y que el día de hoy escribe estas líneas enviándole todo su amor y agradecimiento, esperando que, con una sonrisa en su rostro, en presencia de su Señor este sobre llegue a sus manos.

Te amo abuelita Teresita.

Joaquín Zazueta, 18 de marzo de 2020